viernes, 20 de abril de 2012

Vamos camino al sur y que nos lleve el viento



DE RISAS Y LÁGRIMAS



Eran tiempos en que las mujeres, se dedicaban a las tareas del hogar, y como una norma preestablecida, también traer  niños al mundo.
Los pequeños, convertían a estas mujeres en verdaderas líderes de una civilización que avanzaba con el fin de poblar  cuanto lugar habitaban.
Sus días transcurrían entre las compras, las comidas, los pañales, los besos, abrazos, caricias, risas y lágrimas.
Gracias al temperamento aguerrido que sus maridos supieron infundirles, decidieron hacer un viaje a la Patagonia.
Hasta la fecha, sigue siendo un misterio el origen de tal determinación. Es de suponer que como habían cumplido con eficiencia todos los roles, un merecido descanso no estaba mal. Pudo haberse tratado de alguna fuga encubierta, para romper con la rutina.
No, definitivamente no comparto con usted la idea de que sus maridos ansiaban estar solos, para poder sentarse en el mullido sillón del living y poner los pies en la mesita ratona, encender el televisor y mirar hasta tarde la televisión con el volumen un poco alto. Y menos acepto que diga que soñaban con disfrutar ellos solos de la casa, sin niños y por lo tanto sin la ropa secándose en el respaldo de las sillas porque con la lluvia interminable de esos días, era imposible colgarla  en la soga del patio.
 De todas maneras, fueron ellos los que colaboraron y no se perdieron un solo movimiento de todos los preparativos .Analizando a la distancia tanta dedicación desinteresada….
Bueno, entre los asuntos serios a tratar, estaba el hecho de que era primordial que el auto estuviera a punto y qué mejor que sus maridos, expertos mecánicos trabajando contra reloj para dejarlo en perfectas condiciones; mientras sus compañeros tomaban mate, con una actitud de participación, que a cualquier director de películas se le hubiera erizado la piel de la emoción, al descubrir tan conmovedora escena.
Era un invierno muy frío, y a causa de ir y venir al por mayor (por no decir al cuete o al divino botón), dos términos que se usan en esta parte del mundo; es que la promotora de este periplo, se engripó. Con muy buenas intenciones fue a la casa de su amiga para comunicarle su estado y posponer el viaje; pero ésta la recibió anhelante, sólo quería escuchar la hora de la partida.
 Una gélida mañana, cuando todo estaba a oscuras, y sin testigos, las dos amigas partieron con sus respectivos pequeños hijos, luego de una prolongada despedida, donde comenzaron a hacer inútiles recomendaciones a sus maridos, que sonreían haciendo gestos afirmativos a todo lo que ellas decían.
 Desde el momento en que dejaron atrás las últimas casas de la ciudad donde vivían, la animosidad  crecía entre ellas y así recorrieron varios kilómetros como si se hubiera tratado de una salida para dar la vuelta a la manzana.
Los niños viajaban en la parte posterior del auto, los dos dormían, ocupando el asiento a modo de cuna, con sus pies casi enfrentados, sus cabezas apoyadas en sendas almohadas, que también cumplían la tarea de resorte, para que no se golpearan contra las puertas. Debe haber sido porque el auto los mecía, que el sueño de ellos se prolongó. Y aprovechando esta situación, las amigas charlaron sin cansancio, alternando la conversación con una mateada. Como había que conservar la higiene a causa de la gripe que seguramente tardaría en abandonar a Cecilia, su amiga hacía caer un chorrito de agua caliente en la bombilla, pero en el camino también habían curvas y en una de esas, el agua caliente fue a parar a una de las piernas de la conductora. La aflicción de Perla por el accidente, no demoró en manifestarse y llegó a su fin, casi en el momento en que se escuchaban las campanadas de una iglesia, marcando las doce. Era domingo y posiblemente, se trataba del llamado para la última misa de la mañana. A Cecilia le hubiera gustado asistir pero el viaje era largo y debía atender los reclamos y necesidades de todos. Ya era tiempo de hacer un alto en el camino.
 Sabían, que la mejor comida, se servía en los lugares donde los camioneros se detenían para almorzar o cenar, buscaron  una estación de servicio bien concurrida para disfrutar de unos buenos platos, recién elaborados. Prepararon a los niños y luego de ir al baño y asearlos, se ubicaron en una mesa.
Fue muy oportuno el momento para bajar del auto, porque a esas alturas, ya los chicos estaban un poco alterados a causa del encierro. Después del almuerzo, los niños jugaron  y todos se distendieron.
Luego de cargar nafta y  emulando a sus maridos, revisaron el aceite y el agua del radiador, y para cerrar  el círculo, también fijaron su atención en el aire de las cubiertas.
Habían dejado bien atrás a un cielo nublado y gris, la tarde estaba soleada y templada.
Retomaron el camino rumbo al sur pasando por varias localidades muy cerca una de la otra; más  adelante, les esperaba un tramo largo de ruta despoblada. Fue precisamente al abandonar  la última pequeña y pintoresca ciudad, después de consumir unas grandes tazas de café con leche y comer unas ricas facturas en una cafetería; que uno de los neumáticos se pinchó. Problema resuelto en teoría, había que pasar a la práctica. Perla y los niños se bajaron del auto, colocándose a buen resguardo porque éste estaba en la banquina y el tránsito era fluido.
Cecilia estaba en las preliminares, cuando notó que un auto aminoraba  la marcha y se estacionaba  a pocos metros del suyo; en ese momento pensó que había sufrido una avería y sin levantar la vista, siguió con su trabajo. Todo iba viento en popa cuando escuchó una voz masculina muy cerca de ella, era un hombre joven que le estaba ofreciendo ayuda; sin dudarlo aceptó, tomando la precaución de advertirle que el marido de su amiga y el de ella, viajaban en otro vehículo, pero que se habían adelantado demasiado y no tenían conocimiento de la situación. Luego de agradecerle al joven por el gesto solidario, éste se subió al auto del que había descendido y donde lo esperaba otro hombre al que nunca le vieron la cara.
  Todos estaban cansados, ya era hora de buscar un lugar donde pasar la noche, entraron a una cuidad bastante poblada y comenzaron a buscar un lugar para dormir, llegaron a la plaza principal, grande e iluminada; dieron con un hotel, y también vieron algunos restaurantes cerca del mismo.
Luego de conocer sus habitaciones, tomar un baño reparador, cambiarse las ropas que habían usado durante todo el día, salieron a cenar. Entraron a una casa de comidas llevadas por la buena impresión que les causó la fachada.
Como buenas madres, se dedicaron a atender las necesidades de los niños. Mientras Cecilia leía la carta, Perla hacía un estudio sobre los platos que consumían otros clientes, para descubrir la comida que tenía más demanda; de pronto, su cuerpo se puso rígido, su rostro se desencajó y apenas superó el trance, se acercó  a su  amiga para decirle al oído, que acaba de ver al joven que unas horas antes, había cambiado el neumático del auto. La mentira tiene patas cortas fue lo que dijo a continuación,  sin poder asegurar si habían sido vistas por él, por su compañero de viaje, o por ambos. Restándole importancia al asunto, cenaron tranquilamente.
Todo cambió cuando salieron del restaurante. A pocos pasos del mismo, y con las calles casi desiertas comenzaron a reírse de tal forma, que los niños, sin entender de qué se trataba, las imitaban. Con ese humor, entraron al hotel, el conserje debe haber pensado que estaban pasadas de copas y que los niños reían, para no llorar.
Podría haber hecho el viaje en un solo día, pero entonces no lo hubieran disfrutado como hasta el momento.
Por la mañana, Cecilia salió muy temprano del hotel con la intención de solucionar el tema de la cubierta de auxilio, mientras Perla iba a encargarse de los niños para que estuvieran listos para ir a desayunar. Recorrerían el último tramo del viaje, a mitad del trayecto, se encontrarían con una estación de servicio y un pequeño negocio de comestibles y nada más.
Empezó a recorrer las calles, tratando de encontrar un local de ventas de cubiertas. La mayoría de los negocios, recién comenzaban a levantar sus persianas y algunos propietarios estaban barriendo sus veredas. Ante el temor de alejarse demasiado del centro comercial, decidió acercarse con su auto, a preguntarle a un hombre que estaba parado en una esquina, si podía indicarle dónde comprar un neumático.
¿Cómo explicarles la enorme sorpresa que se llevó, cuando descubrió que aquel desconocido era nada menos que el joven que había cambiado la rueda de su auto?
Lo más extraño fue cuando la invitó a que lo siguiera, porque conocía a unas personas que trabajaban  en ese rubro y podía conseguir un buen descuento por una cubierta nueva. Como ella iba a ir sola aceptó y luego de trabar las puertas y manteniendo una discreta distancia entre el auto del joven y el suyo, hizo el mismo camino, detrás de él.
No tenía la mínima idea en qué parte de la ciudad se encontraba. En eso, su benefactor se detuvo frente a un enorme y elegante local. Un cartel en el frente  del edificio rezaba, NEUMÁTICOS PIRE de José A. Pérez  e Hijos. Casa Fundada en 1899. Entonces, Cecilia vio a un hidalgo caballero que gentilmente la invitaba a ingresar, mientras sostenía una pesada puerta.
Cuando llegó al hotel, luego de saludar a los niños, presurosa le contó a su amiga, lo que acababa de acontecerle, Perla no daba fe a lo que escuchaba.
Al subir al auto, Cecilia les dijo: Salgamos pronto de esta ciudad y cuando lo hagamos, no vuelvan la vista atrás, no vaya a ser que este joven esté esperándonos al final de la calle, para despedirnos.
Una de las cosas que no habían hecho, fue limpiar el auto, pensaban que era una tarea inútil porque el viento que soplaba en la Patagonia, era insistente. Faltando muy pocos kilómetros para llegar a destino, se desató una lluvia, que se encargó incluso de limpiar hasta el guardabarros. Así es que hicieron una impecable y brillante entrada a una de las ciudades más australes del mundo.
Todo depende desde qué punto del universo, se mira al planeta tierra.








2 comentarios:

  1. Mi querido ET, tu relato fue impecable. Y como mi imaginación como siempre va mas haya no puedo dejar de decirte que pienso que tu Ángel de la Guardia quiso que lo conocieras, el misterio seria quien lo acompañaba, no creo que haya sido tu marido, aunque después de haber visto Sherlock Holmes todo puede ser.-

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    1. Gracias ECLIPSE,por leer mi cuento.
      Quizás en ese viaje, el diablo pinchó la cubierta Y cuando eso sucedió,es posible que la protagonista haya dicho:¡Por un demonio!.Y enseguida el Ángel de la Guarda,fue en su auxilio.

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