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Vamos camino al sur y que nos lleve el viento
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DE RISAS Y LÁGRIMAS
Eran tiempos en que las mujeres, se dedicaban a las tareas
del hogar, y como una norma preestablecida, también traer niños al mundo.
Los pequeños, convertían a estas mujeres en verdaderas
líderes de una civilización que avanzaba con el fin de poblar cuanto lugar habitaban.
Sus días transcurrían entre las compras, las comidas, los
pañales, los besos, abrazos, caricias, risas y lágrimas.
Gracias al temperamento aguerrido que sus maridos supieron
infundirles, decidieron hacer un viaje a la Patagonia.
Hasta la fecha, sigue siendo un misterio el origen de tal
determinación. Es de suponer que como habían cumplido con eficiencia todos los
roles, un merecido descanso no estaba mal. Pudo haberse tratado de alguna fuga
encubierta, para romper con la rutina.
No, definitivamente no comparto con usted la idea de que sus
maridos ansiaban estar solos, para poder sentarse en el mullido sillón del
living y poner los pies en la mesita ratona, encender el televisor y mirar
hasta tarde la televisión con el volumen un poco alto. Y menos acepto que diga
que soñaban con disfrutar ellos solos de la casa, sin niños y por lo tanto sin
la ropa secándose en el respaldo de las sillas porque con la lluvia
interminable de esos días, era imposible colgarla en la soga del patio.
De todas maneras,
fueron ellos los que colaboraron y no se perdieron un solo movimiento de todos
los preparativos .Analizando a la distancia tanta dedicación desinteresada….
Bueno, entre los asuntos serios a tratar, estaba el hecho de
que era primordial que el auto estuviera a punto y qué mejor que sus maridos, expertos
mecánicos trabajando contra reloj para dejarlo en perfectas condiciones; mientras
sus compañeros tomaban mate, con una actitud de participación, que a cualquier
director de películas se le hubiera erizado la piel de la emoción, al descubrir
tan conmovedora escena.
Era un invierno muy frío, y a causa de ir y venir al por
mayor (por no decir al cuete o al divino botón), dos términos que se usan en
esta parte del mundo; es que la promotora de este periplo, se engripó. Con muy
buenas intenciones fue a la casa de su amiga para comunicarle su estado y
posponer el viaje; pero ésta la recibió anhelante, sólo quería escuchar la hora
de la partida.
Una gélida mañana,
cuando todo estaba a oscuras, y sin testigos, las dos amigas partieron con sus
respectivos pequeños hijos, luego de una prolongada despedida, donde comenzaron
a hacer inútiles recomendaciones a sus maridos, que sonreían haciendo gestos afirmativos
a todo lo que ellas decían.
Desde el momento en
que dejaron atrás las últimas casas de la ciudad donde vivían, la
animosidad crecía entre ellas y así
recorrieron varios kilómetros como si se hubiera tratado de una salida para dar
la vuelta a la manzana.
Los niños viajaban en la parte posterior del auto, los dos
dormían, ocupando el asiento a modo de cuna, con sus pies casi enfrentados, sus
cabezas apoyadas en sendas almohadas, que también cumplían la tarea de resorte,
para que no se golpearan contra las puertas. Debe haber sido porque el auto los
mecía, que el sueño de ellos se prolongó. Y aprovechando esta situación, las
amigas charlaron sin cansancio, alternando la conversación con una mateada.
Como había que conservar la higiene a causa de la gripe que seguramente
tardaría en abandonar a Cecilia, su amiga hacía caer un chorrito de agua
caliente en la bombilla, pero en el camino también habían curvas y en una de
esas, el agua caliente fue a parar a una de las piernas de la conductora. La
aflicción de Perla por el accidente, no demoró en manifestarse y llegó a su
fin, casi en el momento en que se escuchaban las campanadas de una iglesia, marcando
las doce. Era domingo y posiblemente, se trataba del llamado para la última misa
de la mañana. A Cecilia le hubiera gustado asistir pero el viaje era largo y
debía atender los reclamos y necesidades de todos. Ya era tiempo de hacer un
alto en el camino.
Sabían, que la mejor
comida, se servía en los lugares donde los camioneros se detenían para almorzar
o cenar, buscaron una estación de
servicio bien concurrida para disfrutar de unos buenos platos, recién
elaborados. Prepararon a los niños y luego de ir al baño y asearlos, se
ubicaron en una mesa.
Fue muy oportuno el momento para bajar del auto, porque a
esas alturas, ya los chicos estaban un poco alterados a causa del encierro.
Después del almuerzo, los niños jugaron y todos se distendieron.
Luego de cargar nafta y
emulando a sus maridos, revisaron el aceite y el agua del radiador, y
para cerrar el círculo, también fijaron
su atención en el aire de las cubiertas.
Habían dejado bien atrás a un cielo nublado y gris, la tarde
estaba soleada y templada.
Retomaron el camino rumbo al sur pasando por varias localidades
muy cerca una de la otra; más adelante,
les esperaba un tramo largo de ruta despoblada. Fue precisamente al abandonar la última pequeña y pintoresca ciudad, después
de consumir unas grandes tazas de café con leche y comer unas ricas facturas en
una cafetería; que uno de los neumáticos se pinchó. Problema resuelto en teoría,
había que pasar a la práctica. Perla y los niños se bajaron del auto,
colocándose a buen resguardo porque éste estaba en la banquina y el tránsito
era fluido.
Cecilia estaba en las preliminares, cuando notó que un auto
aminoraba la marcha y se estacionaba a pocos metros del suyo; en ese momento pensó
que había sufrido una avería y sin levantar la vista, siguió con su trabajo.
Todo iba viento en popa cuando escuchó una voz masculina muy cerca de ella, era
un hombre joven que le estaba ofreciendo ayuda; sin dudarlo aceptó, tomando la
precaución de advertirle que el marido de su amiga y el de ella, viajaban en
otro vehículo, pero que se habían adelantado demasiado y no tenían conocimiento
de la situación. Luego de agradecerle al joven por el gesto solidario, éste se
subió al auto del que había descendido y donde lo esperaba otro hombre al que
nunca le vieron la cara.
Todos estaban
cansados, ya era hora de buscar un lugar donde pasar la noche, entraron a una
cuidad bastante poblada y comenzaron a buscar un lugar para dormir, llegaron a
la plaza principal, grande e iluminada; dieron con un hotel, y también vieron
algunos restaurantes cerca del mismo.
Luego de conocer sus habitaciones, tomar un baño reparador,
cambiarse las ropas que habían usado durante todo el día, salieron a cenar. Entraron
a una casa de comidas llevadas por la buena impresión que les causó la fachada.
Como buenas madres, se dedicaron a atender las necesidades
de los niños. Mientras Cecilia leía la carta, Perla hacía un estudio sobre los
platos que consumían otros clientes, para descubrir la comida que tenía más
demanda; de pronto, su cuerpo se puso rígido, su rostro se desencajó y apenas
superó el trance, se acercó a su amiga para decirle al oído, que acaba de ver
al joven que unas horas antes, había cambiado el neumático del auto. La mentira
tiene patas cortas fue lo que dijo a continuación, sin poder asegurar si habían sido vistas por él,
por su compañero de viaje, o por ambos. Restándole importancia al asunto,
cenaron tranquilamente.
Todo cambió cuando salieron del restaurante. A pocos pasos
del mismo, y con las calles casi desiertas comenzaron a reírse de tal forma,
que los niños, sin entender de qué se trataba, las imitaban. Con ese humor,
entraron al hotel, el conserje debe haber pensado que estaban pasadas de copas
y que los niños reían, para no llorar.
Podría haber hecho el viaje en un solo día, pero entonces no
lo hubieran disfrutado como hasta el momento.
Por la mañana, Cecilia salió muy temprano del hotel con la
intención de solucionar el tema de la cubierta de auxilio, mientras Perla iba a
encargarse de los niños para que estuvieran listos para ir a desayunar. Recorrerían
el último tramo del viaje, a mitad del trayecto, se encontrarían con una estación
de servicio y un pequeño negocio de comestibles y nada más.
Empezó a recorrer las calles, tratando de encontrar un local
de ventas de cubiertas. La mayoría de los negocios, recién comenzaban a
levantar sus persianas y algunos propietarios estaban barriendo sus veredas. Ante
el temor de alejarse demasiado del centro comercial, decidió acercarse con su
auto, a preguntarle a un hombre que estaba parado en una esquina, si podía
indicarle dónde comprar un neumático.
¿Cómo explicarles la enorme sorpresa que se llevó, cuando
descubrió que aquel desconocido era nada menos que el joven que había cambiado
la rueda de su auto?
Lo más extraño fue cuando la invitó a que lo siguiera,
porque conocía a unas personas que trabajaban en ese rubro y podía conseguir un buen
descuento por una cubierta nueva. Como ella iba a ir sola aceptó y luego de
trabar las puertas y manteniendo una discreta distancia entre el auto del joven
y el suyo, hizo el mismo camino, detrás de él.
No tenía la mínima idea en qué parte de la ciudad se
encontraba. En eso, su benefactor se detuvo frente a un enorme y elegante local.
Un cartel en el frente del edificio rezaba,
NEUMÁTICOS PIRE de José A. Pérez e
Hijos. Casa Fundada en 1899. Entonces, Cecilia vio a un hidalgo caballero que
gentilmente la invitaba a ingresar, mientras sostenía una pesada puerta.
Cuando llegó al hotel, luego de saludar a los niños,
presurosa le contó a su amiga, lo que acababa de acontecerle, Perla no daba fe
a lo que escuchaba.
Al subir al auto, Cecilia les dijo: Salgamos pronto de esta
ciudad y cuando lo hagamos, no vuelvan la vista atrás, no vaya a ser que este
joven esté esperándonos al final de la calle, para despedirnos.
Una de las cosas que no habían hecho, fue limpiar el auto,
pensaban que era una tarea inútil porque el viento que soplaba en la Patagonia,
era insistente. Faltando muy pocos kilómetros para llegar a destino, se desató
una lluvia, que se encargó incluso de limpiar hasta el guardabarros. Así es que
hicieron una impecable y brillante entrada a una de las ciudades más australes
del mundo.
Todo depende desde qué punto del universo, se mira al planeta
tierra.